top of page
Sala de Lectura de la Biblioteca «Gonzalo de Berceo» (Burgos)

El libro sabio

Pedro Olaya

La última vez que estuve en la Biblioteca «Gonzalo de Berceo» fue inolvidable. Sorprendente. Ya que como todos sabemos el tiempo es irreversible. ¿Por qué ese recuerdo? ¿Supone una excepción a la ley de la gravedad? ¿A las estrías que por unos instantes nos dejan suspendidos en una dimensión oculta, en los extremos confines de la existencia?
Permítanme narrarles el sueño que me aconteció con relación al asunto. Por desgracia a beneficio de inventario.

 

El libro sabio
Un amigo me trajo un regalo de Houston. Una extraordinaria novedad: Un libro-televisor. Modesto de apariencia. Dotado de una virtud prodigiosa: Si alguien habla de nosotros, aunque esté a inalcanzables distancias, el aparato hace que lo veamos y oigamos. Si nadie habla de nosotros la pantalla del libro permanece apagada.
He de decir que no sentí nada, lo dejé encima de una de las estanterías de mi biblioteca. Excéntrico artilugio. La maledicencia, ya se sabe, muy cómodo y difundido es un deporte, uno de los pocos consuelos de muchos mortales.
Yo acostumbrado a ser amado y odiado. Escritor aislado. Siempre retirado, imaginaba ya los comentarios. Y, no me hacía ilusiones, sabía que incluso los amigos en cualquier conversación no renunciarían a hacer sobre mí maliciosos sarcasmos. ¿Por qué amargarse inútilmente?

Pero el aparato estaba allí. Y un día el reloj marcaba las nueve y media, hora en que los amigos se abandonan a confidencias y maldades. Además esa mañana había aparecido en un periódico un artículo mío. Decidme cómo podría resistirme. Anduve rumiando el asunto media hora, luego lo encendí.
Permaneció inerte. Hasta que de repente vi a gente desconocida, luego aparecieron dos sujetos. Uno tenía sobre sus rodillas el periódico en el que había aparecido mi artículo. Y decía:
—No estoy de acuerdo. Yo lo he encontrado ingenioso, aparte que dice cosas que todos piensan, pero nadie se atreve a decir.
El otro meneó la cabeza como asintiendo.
Y aquellos dos desaparecieron, señal de que habían cambiado de tema.
Al poco rato la pantalla se volvió a encender. Aparecieron tres colegas de los cuales me había alejado. Se me aceleró el corazón. Me descuartizaran vivo.
—¿Ves? —decía uno—. Para mí es un gran texto, en su atmósfera de siempre, lleno de cowboys como elementos de hacer siempre épicas de los fracasos. Además: ¿Quién no tiene defectos? ¿Porque siempre hablar mal?
Me quedé extrañamente tranquilo.
Cuando me disponía a salir de mi biblioteca, el aparato se volvió a encender. Vi a mi tres queridos amigos, con los cuales cuando chicos compartí todos los ideales posibles, en la época que desconocíamos las miserias de la vida.
Un escalofrío me recorrió.
—Me ha gustado mucho —dijo el más bajo. Mientras que el más alto, conocido por sus corrosivas afirmaciones, dijo:
—A mi también, sólo que el lector medio nunca va a entender tantas sutilezas…

Fui a la sala donde suelo escribir meditativo, me fumé un cigarrillo lentamente y pensé: Cómo es posible que mis queridos amigos se han enterado que yo poseo un libro-televisor con semejantes poderes para obrar en consecuencia. Será siempre para mí un absoluto misterio.

 

bottom of page