top of page
Sala de Préstamo de la Biblioteca «Gonzalo de Berceo» (Burgos)

Veinte años

Óscar Esquivias

Soy dueño de miles de libros y discos, pero no los tengo en casa. Están en las bibliotecas públicas de Burgos. Por supuesto, comparto esa fastuosa posesión con todos mis vecinos, y eso es algo que me hace sentirme muy orgulloso de mi ciudad: allí, en esos edificios simpáticos que carecen de taquilla y en los que sólo se exige a los usuarios delicadeza y buena educación, uno tiene a su alcance los Diálogos de Platón, la poesía completa de Garcilaso de la Vega, Léxico familiar de Natalia Ginzburg, las Lamentaciones del profeta Jeremías de Orlando de Lasso o Barry Lyndon de Stanley Kubrick, por citar sólo algunas obras que figuran en el catálogo de la Biblioteca Gonzalo de Berceo. ¿Cómo no proclamarme millonario pudiendo disponer de tales tesoros? Hasta los periódicos, que son los textos impresos más humildes y efímeros que existen (como algunas mariposas, mueren a las veinticuatro horas de nacer) tienen su refugio en las bibliotecas, donde los lectores se disputan los ejemplares con ansiedad, como si quisieran practicarles los primeros auxilios.
En febrero de 2014 la Biblioteca «Gonzalo de Berceo», que es la biblioteca de mi barrio, cumple veinte años. Yo tenía casi esa edad cuando abrió sus puertas. A ella le debo el conocimiento de muchas obras musicales, cinematográficas y literarias, así que estoy lleno de gratitud por su existencia y celebro su cumpleaños como una efeméride feliz de mi propia vida. Pero antes de que esta biblioteca abriera sus puertas, existieron en Gamonal otras dos que frecuenté de niño y de joven y que me gustaría rememorar brevemente. La primera estaba en la barriada Inmaculada, en unas dependencias hoy incorporadas al Colegio Marceliano Santa María. Era una biblioteca tan modesta que no tenía ni nombre propio, o al menos yo no lo recuerdo. Si cierro los ojos, puedo verme leyendo en las mesitas de los niños unos gruesos tomos titulados Películas que contenían tebeos de personajes de Walt Disney. También conocí allí las aventuras de Astérix y Tintín y pronto me aficioné a las novelas de Julio Verne y de otros autores aventureros (Dumas, Salgari, Stevenson, Carmen Kurtz) muy queridos por los niños de mi generación. Un libro me emocionó tanto que acabé llorando en las páginas finales. Nunca me había pasado algo así y creo que fui yo el primer sorprendido con aquellos lagrimones que me cruzaron las mejillas. Fue con las aventuras de Robin Hood (supongo que las escritas por Howard Pyle, no estoy seguro). También en esa biblioteca leí El libro de las tierras vírgenes de Rudyard Kipling, que el bibliotecario me prestó aunque estaba (Melvil Dewey sabrá por qué) en la sala de adultos, inaccesible para los niños. Fue un libro fundamental para mí: aunque Burgos no se parecía a la selva de la India ni mi vida a la de Mowgli, encontré en este personaje un alma gemela y todo lo que tenía que ver con él me conmovía profundamente.
Esta biblioteca cerró cuando se construyó la preciosa torre que se levanta tras el viejo ayuntamiento de Gamonal, la Casa de Cultura, que disponía de una biblioteca en una de sus plantas. Puede que me equivoque, pero creo que allí no permitían llevar los libros a casa, porque me recuerdo leyendo siempre en la propia sala, que solía estar abarrotada de estudiantes y era un poco claustrofóbica, con unas ventanas selladas que no había forma humana de abrir. De todos los libros que leí en aquella época, recuerdo especialmente dos: El Supremísimo de Luis Ricardo Alonso (una divertida «novela de dictador» escrita por un autor que descubrí en aquellos años y cuyas obras buscaba incansable) y la Genealogía de los dioses paganos de Boccaccio, una obra erudita sobre mitología con la que resolví varios trabajos académicos.
Y luego llegó la Biblioteca «Gonzalo de Berceo». Desde el primer momento fue una institución abierta, moderna, que no encerraba sus fondos en sótanos inaccesibles sino que los dejaba a la vista del público. Uno podía pasearse por las estanterías llenas de libros o por los mostradores con vídeos y discos con la misma sensación de opulencia que el Tío Gilito en los tomos de Películas de Disney. En la «Gonzalo de Berceo» están muchas de mis obras favoritas. Algunas de ellas han desaparecido de los catálogos de las editoriales y de las librerías y hoy, en nuestra ciudad, sólo se pueden encontrar en Gamonal. Allí están, esperando una becqueriana mano de nieve que las haga revivir, la novela La peste bucólica de Alejandro Cuevas o el libro de cuentos Viaje de invierno de Charles Baxter, dos obras que adoro y les recomiendo con todo entusiasmo. Y junto a estos autores, los no menos dilectos Platón, Garcilaso, Ginzburg, Lasso, Kubrick… Lo dicho, soy (somos) millonarios.

bottom of page