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Pintura en la Biblioteca «Gonzalo de Berceo» (Burgos)

Libros y bibliotecas

María Jesús Jabato

La última vez que estuve en la Biblioteca Pública… Así debe comenzar este artículo por exigencias del guión y así comienza, pero escritas las nueve palabras reglamentarias me tomo la licencia de irme por las ramas, a las copas de los árboles, que es donde según Juan Ramón Jiménez deben leerse los libros.
En las bibliotecas públicas, incluso en las más modestas, se respira solemnidad. Los libros se alinean como un ejército en formación, se clasifican por materias, por autores, por orden cronológico; todo está contado y medido, todo oficializado, etiquetado, sujeto a control. La biblioteca de cada uno es otra cosa. A lo largo del tiempo vamos acumulando ejemplares y llega un momento en que su conjunto dice tanto de nosotros que no se puede mostrar la biblioteca sin pecar de cierta impudicia, pues los libros que tenemos nos desnudan a la vista de los demás, muestran cómo somos y cómo no somos, delimitan las fronteras intangibles de nuestro mundo intelectual. No los hemos leído todos, claro que no; tampoco pensamos hacerlo aunque vivamos cien años, porque estamos con Álvaro Mutis, que defiende que hay demasiados libros como para perder el tiempo leyendo lo que no interesa. Pero al calor de la paja de los que no leeremos jamás, están los libros que nos han deslumbrado, los que nos han conmovido, los que nos queman una y otra vez con su fuego, los que hemos maltratado anotando en sus márgenes, subrayándolos, marcándolos, doblando las puntas de sus hojas para volver sobre ellas, los que hemos desencuadernado de tanto abrirlos para reconocernos en sus páginas, los libros vivos e imprescindibles que leemos como si fueran los primeros y los últimos de la creación.
Las bibliotecas, también las públicas, comienzan con austeridad, con un ejemplar de El Quijote y otro de El Principito, pero los libros nos van colonizando, van ocupando estanterías y espacios, formando parte de lo que se pesa, se cuenta y se mide, aunque entre todos ellos solo importan los que leemos en la copa de los árboles.

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