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Rótulo en la fachada de la Biblioteca «Gonzalo de Berceo» (Burgos)

Donde la vida más empuja

Juan Carlos Pérez Manrique

La última vez que visité la Biblioteca «Gonzalo de Berceo» lo hice como se visitan en las ciudades a las que se llega: las estaciones,  los mercados, algunos comercios, los cafés y restaurantes, los parques y plazas públicas…  todos esos lugares en los que uno sabe que el pulso late y se desenvuelve más vida porque es allí donde la vida se arremolina y más empuja.

Como en las terminales de los aeropuertos, en la biblioteca había gente mirando continuamente los paneles que indican viajes. No figuraban puntos de origen ni horarios de llegadas que finalmente cada uno elegiría según quisiera sin que, curiosamente, eso generara ningún problema de circulación, sino que en los paneles solo había propuestas de destinos y posibles compañeros de viaje que, tanto en un caso como en otro,  parecían interminables. Innumerables propuestas no solo limitadas a cualquiera de los lugares conocidos de nuestro mapa, sino también para visitar otros mundos posibles y otras épocas con la oportunidad de viajar solo o, sin coste adicional, en compañía de admirados héroes, creadores o sabios que nos descifran y nos descubren. O también junto a aventureros,  o junto a personajes ruines o al lado de aquellos que pueden vivir vidas totalmente distintas de las nuestras y nos muestran así cuantas cosas existen al margen de uno facilitándonos  distanciarse y descansar del fatigoso “yo”.

De forma similar a como en los mercados, en la Biblioteca había gente circulando en busca de lo que pudiera servirle para mejor “alimentarse” durante las inmediatas fechas, decidiendo pacientemente los productos  a elegir y que, tras su consumo, inevitablemente pasan a formar parte del propio cuerpo; de la estructura que, en el día a día, reconfigura la identidad de cada cual.

Como en algunos comercios, en la biblioteca había gente con la seguridad del que va a obtener al momento aquello por lo que ha acudido con determinación porque precisa resolver una necesidad o un deseo inmediato; de la misma forma que había gente también con el cansancio propio del indeciso que en el deambular de la indecisión se consume.

Como en los cafés, en la Biblioteca había gente ocupando espacios para la relación y la conversación, espacios preparados para eso en zonas comunes donde palabras, amistades y amores brotan, además de en los clubs de lectura, en los forum, en tantas actividades... Y como en los restaurantes, igualmente había personas degustando platos especiales seguramente de noticias, poemas, cortos relatos, fragmentos musicales, películas o información de internet, todo ello cocinado de muy diversas maneras y servido en una gran variedad de vajillas de texto hondo o de texto llano.

Como en los parques y plazas públicas, en la biblioteca había gente disfrutando del aire cálido de los cálidos atardeceres; escuchando o imaginando el murmullo de las hojas, el sonido del agua o el canto de los pájaros, parte, tantas veces, del paisaje de muchas de las más bonitas páginas. Y como en los parques, en los niños también había la alegría de la presencia deseada o del movimiento en ese entrar y salir continuo capaz de convertir en juego, como siempre, cualquier instante presente.

La última vez que visité la Biblioteca «Gonzalo de Berceo» me inundó la impresión de estar  sitio en el que la vida se arremolina, donde la vida más empuja.

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