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Hemeroteca de la Biblioteca «Gonzalo de Berceo» (Burgos)

Un cuerpo en ningún lugar

José Gutiérrez Román

La última vez que estuve en la Biblioteca Pública del G-9 me ocurrió algo raro. Primero llevé al colegio a Lara. Ese día, no sé por qué, me entretuve hablando con la madre de otra niña, así que cuando llegué a la biblioteca los jubilados ya habían copado toda la prensa. Como la sala de lectura estaba llena, decidí darme un garbeo por la zona de préstamo de libros en la planta baja. No buscaba nada en concreto, sólo pasar el rato. Una vez allí me acordé de esa autora que salió hace poco en la tele y pensé que podía aprovechar y llevarle uno de sus libros a Susana (desde que me quedé en paro ya no se compra libros, dice que no nos lo podemos permitir, aunque sería más apropiado formularlo en singular, pues yo nunca he sido un gran lector). Mis visitas a la biblioteca durante este último año han tenido como única finalidad revisar las pocas ofertas de trabajo que salen en el Diario y en El Correo y, sobre todo, evitar que se me venga la casa encima en estas interminables mañanas. Ese gesto de llevarle un libro me ayudaría a limar, además, algunas asperezas que habían surgido entre nosotros últimamente.
Me acerqué hasta las estanterías donde se encontraban las obras de la famosa novelista, pero una vez allí decidí elegir al buen tuntún cualquier libro. Incliné mi cabeza para leer mejor los títulos y paliar su verticalidad, deslicé el dedo índice por sus lomos como si estuviera buscando la tecla de un piano y, ¡zas!, de repente me paré en seco: Un cuerpo en ningún lugar. Ése era el elegido, como por mandato divino, o simplemente porque me sentí identificado con esa imagen de estar aquí pero no pertenecer a nada ni a nadie, algo que no sabría explicar. Al marcharme, en el mostrador de préstamo, me encontré de nuevo con la madre de la amiguita de Lara (y juraría que me sonrió de un modo diferente al de otras veces).
Susana agradeció el libro, aunque dijo que no sabía si podría sacar tiempo para leerlo, entre tanto trabajo y la niña... Yo llevo tres días sin pisar la biblioteca, entregado a la lectura, y sin saber qué va a ser de mí cuando acabe la novela.

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