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Sala de Lectura de la la Biblioteca «Gonzalo de Berceo» (Burgos)

Amor de libro

Esther Pardiñas

La última vez que Ella estuvo en la Biblioteca «Gonzalo de Berceo», él tembló de dicha y tuvo el presentimiento de que aquel sería el día de su encuentro. Estaba seguro. Intuyó su presencia, como todos lo días: Ella, subiendo las escaleras. Ella, atravesando las puertas acristaladas y su voz saludando en la entrada. En cuanto oyó el leve taconeo de la chica acercándose a los estantes cercanos a la W, tuvo la sensación de un fogonazo en el alma que ya no podría resistir mucho tiempo. La amaba. Amaba a aquella muchacha.

Había esperado muchas tardes, demasiadas. Tardes grises de lluvia que dejaban regueros sucios en los ventanales, tardes de frío intenso y oscuridad que obligaban a las bibliotecarias a encender muy pronto las luces; tardes soleadas, llenas del graznido de los pájaros, en las que la biblioteca casi permanecía vacía, ajena al bullicio exterior del verano, agradecida a los pocos que, sin prisa, se demoraban entre los estantes buscando el libro perfecto para aquella tarde calurosa. Y sí, esas tardes también habían sido de Ella, había estado allí todos aquellos días, dejando tras sí aquella estela sutil de perfume fresco, alegrando las horas, los pasillos, las baldosas, con sus pasos; pero nunca había reparado en él.

Él, que vivía por Ella, que latía por Ella, que moriría por Ella. Jamás se había detenido en su estante. Y sin embargo, ese día sí: Era la tarde.

La muchacha pasó de la W a la Y con gracia infinita, y con la delicadeza del que ama los libros sacó, sí, aquella vez sí, el volumen de los poemas de Yeats. El libro de poesía murió al instante de felicidad literaria en las manos de Ella y ni siquiera se enteró cuando le desactivaron la alarma.

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