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Sala de Audiovisuales de la Biblioteca «Gonzalo de Berceo» (Burgos)

Imaginación y memoria

Carlos Contreras Elvira

La última vez que estuve en la Biblioteca Pública de San Lesmes, ya bajo su aspecto actual, recordé algo que ocurrió mucho tiempo antes, cuando regresé a casa tras salir por primera vez de la zona infantil a la que entonces se accedía por la parte trasera. Debía tener unos diez años. Estaba leyendo en mi habitación un grueso volumen de Astérix y Obélix que había tomado prestado, cuando sonó el teléfono. Hacía varios meses que mi abuela paterna estaba enferma así que, siempre que alguien llamaba, aguantaba la respiración unos segundos para escuchar mejor el tono con el que contestaba mi madre. Como en aquella ocasión la réplica se redujo casi hasta el susurro, quise desoírla regresando de inmediato al libro: los romanos volaban por los aires de las Galias al ritmo de los puñetazos que recibían y, aunque yo ya sabía lo que acababa de ocurrir, su lectura me sirvió para ganarle unos minutos a la realidad.

Veinte años después, los libros siguen siendo el único lugar en el que uno puede estar tranquilo, por lo que entiendo que aquel fue el primer momento en que la literatura me sirvió como refugio. También que de aquellas historietas viene mi predilección por el teatro y el cine —pues no dejan de ser eso a lo que los guionistas llaman storyboard— y que sin rellenar sus fichas con la correspondiente signatura nunca hubiera intentado una firma propia, ni viajado a tantos y tantos mundos visibles e invisibles —de las cintas VHS del programa A fondo a los versos de un montón de autores contemporáneos que desconocía y que terminaron por encender en mí la mecha lenta de la poesía—.

Sin embargo, soy incapaz de recordar quién me animó a ir allí aquel día o por qué elegí ese cómic, conque tampoco sé muy bien a quién agradecer mi amor por la lectura. Lo que sí sé es que las cosas más importantes de la vida no tienen explicación; que ese refugio de refugios lleno de voces que son también la mía me ha hecho como soy y que actualmente, cuando encuentro en sus estantes algunos de mis libros, pienso que es una forma muy pobre de corresponderle. También lo son estas líneas, pero quien quiera que me empujase a sacar el primer carnet —ese que en algún cajón de mi escritorio aún me conserva pequeño y repeinado—, entenderá que en su lugar le dé las gracias a aquello que me enseñó, esto es, al organismo que hace posible que la imaginación de los ciudadanos se extienda a la vez que su memoria. Lo dijo el paradójicamente releído Borges: “que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Y gran parte de mi modesto bagaje está en la Biblioteca Pública de Burgos.

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